Día 2
-¡Buenos días, miss
Anderson!¿Disfrutó la caminata anoche? – menos mal que sólo había sido una
caminata. Dios mío, parecían espías rusas.
- Si, fue muy
agradable,- le dije sin darme por aludida de ninguna insinuación- el señor
Tesla es una grata compañía y fue muy gentil de acompañarme a pesar de
demorarse en sus asuntos personales. Hacía mucho que no concurría a una de
estas veladas, me sentí algo abrumada; pero hoy estoy mejor.
-Vimos que anoche le
dedicó mucho tiempo, no es habitual en él; sabe repartirse por igual para todos.
¿Le comentó usted que vuelve a la Argentina?- dijo ponzoñosa sentándose a la
mesa.
-Por supuesto, él sabe
que mi vida está allá. ¿Por qué?- no pude evitar una mirada inquisitiva; en
realidad la hubiera sacado a escobazos de mi mesa, pero tenía que formar parte
del grupo. Eran solo 48 horas, me dije. Ella sonrió y se enderezó, sirviéndose
te en la taza:
-Pensé que habrían
conversado sobre su patria de adopción, nada más. Se los veía pasando un
momento muy grato en el balcón.
-Es que cuando hay un
lenguaje común, la comunicación es mucho más placentera, lady Sylvia. Como
usted lo dijo: de ingeniero a ingeniero.- sonreí ingenua y también me serví te.
¿Habría sido ella una de las espías que cada tanto venía a mironear, para llevar el chisme al grupo? Se
acerco un camarero y me entregó un sobre con una nota; era un recado de él con
su propio papel membretado:
“Estimadísima miss
Anderson: estuve pensando en lo que hablamos anoche, y quiero comentárselo
antes de la cena. La espero en Delmonico’s a las 7.”
Obviamente, lady
Sylvia deseaba tener periscopios en vez de ojos para poder ver que decía el
mensaje, pero lo guardé en el sobre y al bolso antes de que pudiera preguntar nada.
Estaba desesperada por saber que decía, y trataba de tirarme la lengua como
fuera, hasta que encontré una alternativa para dejarla contenta:
-Me ha invitado a su
laboratorio esta noche junto con un grupo de amigos para una demostración.- le
dije, y aparentemente se quedó conforme porque siguió hablando pamplinas más tranquila.
Igual se las ingenió para arrastrarme a almorzar con un grupo de cotorras, y en
cuanto pude me escapé con el pretexto de mi supuesta madre. Me escondí en el
Metropolitan Museum (ni un cuarto del que conocía), pero parecía ser imposible
para una mujer pasear sola; después de ser abordada por todo tipo de paseantes
(al menos mucho mas correctamente de lo que estaba habituada), tuve que volver
a escapar. Me interné en el Central Park, y me perdí entre los lagos y los
puentes, entre institutrices paseando bebés orlados de puntillones, damas que
paseaban aprovechando el liviano sol que se había decidido a animar un poco el
fin del invierno y jinetes que paseaban a caballo por los senderos. Comencé a
recuperar un poco la lucidez perdida, tanta actuación me estaba tensionando más
de lo que me había imaginado, el papel me gustaba, pero sostenerlo más de 36
horas corridas era demasiado. A la vez seguía corroyéndome una duda: ¿cómo
decirle a una persona que había superado el crack de 1893, que algunos
comparaban con la caída de 1929, y se encontraba en la cresta de la ola, que
esa ola se iba a desarmar estrepitosamente en manos de los mismos que creía
tener comiendo de la mano como sus palomas? Casi estaba llegando a la
conclusión de no decirle nada, total según nuestra hipótesis nada iba a
cambiar, y desaparecer en su momento exactamente igual como si me hubiera
subido a un barco rumbo a Buenos Aires. Me parecía hasta cruel y sin sentido,
no encontraba el lugar donde encajaba ese engranaje en la historia, como para
justificar la dudosa hazaña de destruir los sueños de un ídolo casi místico
para nosotros. Me senté bajo mi sombrilla en una pequeña glorieta oculta al
lado de un pequeño puente de piedra a seguir reflexionando, y como si lo
hubiera invocado, apareció de golpe por un senderito entre las plantas
silbando. Un remolino de palomas nos rodeó, y él sacó una bolsita de semillas
del bolsillo.
-Miss Anderson, pero
que agradable sorpresa. ¿Huyendo de lady Hastings?- dijo, con palomas paradas
hasta en la cabeza; nunca me había parecido más un mago sacando palomas de la
galera; una paloma blanca se posó en la mía, picoteándome las flores del sombrero.
No hice un gesto y sonreí, si llegaba a espantarla, automáticamente también lo
espantaba a él.- ¿Puedo ponerle semillas en el sombrero?´- me dijo y me reí:
-Por favor, adelante.
¿La hora de la merienda?
-Por supuesto. Estaba
trabajando; a veces, cuando algo no me sale o me lleva mucho tiempo, salgo a
dar una caminata y me despejo aquí. ¿Le molesta si me siento?- le hice un gesto
y se sentó siempre en medio de la nube plumífera. Me tendió la bolsa, saqué un
puñado de semillas y comencé a darles de comer en la mano.- La aprecian; no
confían en cualquiera.
-Me gustan las palomas;
bueno, me gustan todos los animales, sobre todo los gatos.- él sonrió.
-A mi también, me
recuerdan los lugares de mi infancia; no fue fácil pero vista a la distancia
fue feliz. Qué bien que la encuentro, no podía esperar a la noche para
comentarle una decisión que he tomado, porque se la debo a usted. Como le dije
en mi esquela, estuve pensando en lo que hablábamos anoche acerca de la
necesidad de financiamiento y como asegurarlo, que es una de las peores partes
de esta obra de teatro que represento a diario.- me di cuenta de que no era la
única estresada por la representación continua; él podía ser él entre las
paredes de su laboratorio, no en los salones del Waldorf Astoria- Le va a
causar gracia, pero es cierto; siento que puedo confiar en usted, como una
paloma.- se rio de una forma que jamás había visto en ninguna imagen conocida
de él, suave pero con un brillo alegre en sus ojos azules como el mar a la
distancia, me di cuenta de que se sentía libre al menos por un momento de esa
sociedad opresiva victoriana; era un hombre de otro siglo, ni siquiera del
siglo 21- Usted me resulta muy, ¿cómo decirle? muy continental, como les gusta
decir acá. Firme y valiente como una alemana, pero mundana y elegante como una
francesa; y libre como una serbia. Usted no parece nacida en este país.
-Una extraña mezcla,
pero muchas gracias; Buenos Aires se está convirtiendo en una capital del mundo
también, en un estilo más relajado, quizás eso tiene que ver.- dije, y me quité
los anteojos de sol; no quería fastidiar no mostrando los ojos, aunque me
traicionaran- La verdad, tuve miedo de que mi pequeña demostración de canne de
anoche le hubiera molestado.
-Me parece excelente
que una mujer sepa defenderse; va a llegar un momento en que las mujeres van a
dominar todas las profesiones y van a andar solas por las calles; lo menos que
deben saber es defenderse.
-¿Le parece que se va a
llegar alguna vez a una sociedad dominada por la mujer, tipo panal de abejas?-
esa siempre había sido una de mis grandes dudas respecto a sus supuestas
opiniones.
-No, si se llegara a
eso, se entraría nuevamente en desequilibrio; la mujer actualmente depende del
hombre totalmente, y la sociedad se ha estructurado a su vez para que dependa
del hombre, y eso es un disbalance absoluto. El equilibrio es la lógica del
Universo, donde falle la armonía del conjunto se entra en desequilibrio y es
inevitable la caída. ¿Conoce la teoría oriental del yin y el yang?-asentí; ese
era el hombre que esperaba, me dije- Consiste en un equilibrio integrador de la
energía en sus dos polos; a su vez, cada elemento contiene una fracción del opuesto,
con lo cual el equilibrio se duplica. Y el hombre no puede ser más que reflejo
del Cosmos, si no cualquier sociedad está destinada a su destrucción.-dijo,
mientras las palomas comenzaban a levantar vuelo; un aire fresco comenzaba a
soplar nuevamente desde el Norte- Aquí mi comentario: justamente, me di cuenta
de que debía buscar un equilibrio en mi vida, y me di cuenta de que aunque
parcial, quizás podía lograrlo con el matrimonio.- no moví un músculo, pero
sentí que mi corazón se paralizaba-Quizás no sea mi Yin, quizás tenga mucha
energía Yang; pero miss Morgan no es una mala elección; es una hermosa joven,
culta y mundana, que se va a convertir en una hermosa, inteligente y fuerte
mujer. Voy a hablar con Katharine para que nos presente y le propondré
matrimonio; quizás así dejen de torturarme con banalidades y de paso, me
aseguro el financiamiento.
Nos levantamos y
echamos a andar. Intenté mantener la compostura, pero un cólico me bañó en un
sudor adrenérgico. Había logrado lo que no queríamos: poner a prueba la teoría
del futuro alterno; y me di cuenta de que en ese futuro alterno no había lugar
para nosotros, que nuestra existencia no tenía nada que ver con un feliz esposo
empleado de Westinghouse y subsidiado ad eternum por JP Morgan, sino con un
genio ultraadelantado a su tiempo, frustrado y no solo carente de
reconocimiento sino hasta vilipendiado y abandonado, que desarrolló un talento
especial para la supervivencia que agudizó su ya superlativa inteligencia al
máximo de sus posibilidades y la volcó al papel. Solo había una posibilidad, y
era casi nula: que ella lo rechazara; y sabíamos que ella estaba loca por él y
había muerto soltera dedicada masivamente a la beneficencia quizás por ese
desdén amoroso, o sea incluso hasta su propia obra se perdería en la elección
del matrimonio y los hijos, como era el mandato de la alta sociedad victoriana.
No, no iba a rechazarlo, y acababa de cambiar hasta mi futuro, porque muy
probablemente no tenía futuro donde regresar; debía haber empalidecido hasta el
verde limón, porque se detuvo en sus zancadas.
-¿Está bien, miss
Anderson?¿Voy demasiado rápido?
-Está bien, es solo un vahído;
el corsé…- dibujé el pretexto; me hizo sentar en un banco.
-Siempre dije que es
una prenda que debe desaparecer, anula la libertad del cuerpo de la mujer.- dijo,
se veía que le gustaba opinar sobre todo; en mi época hubiera podido ser
opinólogo en un talk-show de televisión, pensé- Extraño, una mujer que practica
ejercicio…
-En mi patria adoptiva,
no se es tan estricto en el uso del corsé; quizás no lo ajusto tanto habitualmente
como estilan acá- dije con una sonrisa más pálida que mi cara, aunque las
mariposas que me revoloteaban en el intestino no pasaban exactamente por el
corsé.
-Salgamos del parque, no
se ve bien; no vaya caminando al hotel, tome un carruaje por favor. Y si no se
siente bien, no se sienta obligada al compromiso esta noche y repose…
-No, de ningún modo; me
encantaría esta velada mas íntima…- si, con solo treinta personas, pensé-
Descansaré un rato y me tomaré un tiempo sin el corsé.- intenté sonreír sin
mucho éxito. El me miraba preocupado, y de repente dijo:
-¿Es algo que dije?-
mierda, sí que tiene un sexto sentido, pensé, así que traté de reponerme lo
mejor posible.
-¡No, para nada! Disfruto
cada instante de su charla, señor Tesla, hasta quisiera tener más tiempo para
conocer su laboratorio…-nos acercamos a una parada de carruajes.
-Suelo ir con un
pequeño grupo de amigos a veces después de la cena; quizás pueda acompañarnos.
El señor Twain vendrá después del teatro, es una excelente compañía.-eso me
animó un poco, amaba a Mark Twain y si lo veía, creía que iba a saltar a
besarlo- Bien, veo que eso le mejoró los colores, entonces ¿podrá acompañarnos?
A las ocho, en Delmonico´s, no se olvide.
-Seguro que no me voy a
olvidar; hasta luego, señor Tesla.-le dije y subí al coche; igual seguía con
esa espina clavada en el costado como si se hubiera salido una ballena del
corsé de su funda.
Pedí en el restaurante
que me subieran un té con unas tostadas; intenté descansar un poco, faltaba un
par de horas, pero la desesperación comenzaba a desbordarme, y no podía
permitirlo; estaba más lejos que lo que jamás hubiera estado de mi hogar,
porque estaba lejos en el tiempo, sola, con recursos totalmente limitados, era
un piloto solitario en medio de un huracán y no podía darme el lujo de
desesperaciones. Me acosté a pensar en todos los escenarios posibles, desde el
optimista del rechazo de Anne Morgan o su padre, que si decía que no
considerándolo de menor posición social por genio que fuera, era no aunque
llorara y pataleara, hasta el de quedar varada sin un penique ahí, por la
sencilla razón de que jamás aparecerían los Teslians como jamás aparecieron los
Edisonians (que de vez en cuando nos peleáramos con algún idiota en Internet no
quería decir que existieran) y que Wardenclyffe no pasaría de ser un museo
dedicado a sus logros como el museo de Edison en Menlo Park. Todavía quedaba
pendiente el desastre que se desataría en dos días, pero si tenía asegurados
los fondos con semejante mecenas, lo reconstruiría más que pronto, además tenía
asegurada las obras en Niagara Falls…O sea, solo reforzaría la idea de la
necesidad del sponsor y un matrimonio por conveniencia, muy morganático valiera
el juego de palabras. ¿Y se plantearía Wardenclyffe algún día, de ser así? O
sea, podía ni llegar a existir la torre ni el laboratorio, así de simple, no
olvidaba que ese proyecto había sido rechazado por el propio Morgan negándole
los fondos para terminarlo por considerarlo antipráctico y no redituable…En
síntesis, ya me veía teniendo que fugarme del hotel para reservar unos dólares
para pagarme un pasaje a la Argentina y convertirme en una institutriz inglesa
mas de los estancieros del sur o la alta sociedad de la avenida Alvear, quizás
mi propia tatarabuela, ¿o aparecería de golpe nuevamente en mi punto de partida
en el tiempo pero en la realidad planteada según esa línea, en el mejor de los casos?
Sin un mecanismo que produjera la distorsión de portal electromagnético, lo
veía muy difícil, casi mágico, pero bueno, solo quedaba esperar a ver cómo
solucionar ese desastre. Primero, iba a ver que comentaba esa noche en la cena,
porque si lo hacía oficial, iba a tener que actuar en ese mismo momento, y no
era lo proyectado. Bien, de todas formas tenía en mente la eventualidad de
quedar con horas de sobra, así que tampoco era gran cosa; me daba cuenta de que
no me iba a costar convencerlo, con su apertura mental y con sus propios
estudios sobre el tema; pero que iba a tener que demostrárselo sobre el
pizarrón, seguro, así que comencé a diagramar una buena exposición, como si
estuviéramos por presentarlo al Nobel de Física.
Estaba por fin allí
sentada, entre lujosos paneles de terciopelo rojo y candelabros dorados, cubertería
de plata, cristales y los más exquisitos platos que jamás hubiera podido
costear ni oler siquiera en mi vida como becaria de ingeniería eléctrica en
Columbia, entre invitados selectos y sus esposas que me miraban como una
especie nueva de insecto exótico, pero con cierto toque de celos, como mas de
alguna dejó deslizar en la conversación; pero no me importaba nada y hasta el
vino francés me sabía agrio, seguía con la cabeza puesta en el único tema que
me importaba, la posible boda de Tesla con Anne Morgan que iba a liquidar mi
futuro por una maldita copa de champan de más. Por momentos me odiaba tanto que
hubiera querido que los ladrones me degollaran, al menos hubiera muerto en la
época de mis sueños, en otros casi se me saltaban las lagrimas, pero las
reabsorbía como una especie de paño de cocina y sacaba de algún vericueto una sonrisa.
Lo miraba a él disfrutando sinceramente la velada (aunque lo sorprendí en un
momento en uno de sus habituales cálculos mentales de volumen de la comida
servida; pero le perdonaba cualquier compulsión), hablando y escuchando,
intercalando poemas en la conversación, frases en otros idiomas, era como estar
subido en la mayor montaña rusa del mundo, pero con una caída de cientos de
metros y así era el nudo que tenía en el estomago. Pero hasta el momento, no
había mencionado absolutamente nada; a la hora del café no había pasado nada,
evidentemente quería estar absolutamente seguro y todavía no habría hablado con
los Johnson, la clave del manejo del tema. Pensaba donde me mandarían a tomar
el café, si con las damas o compartiría habanos y brandy con los caballeros,
que lo deseaba con el alma pero las convenciones eran las convenciones, y las
odié: realmente, no era una época tan linda como la tenía idealizada. Fui a dar
con las damas encantadas de que los caballeros me hubieran hecho a un lado pese
a mis títulos universitarios; pero a su disgusto, como me expresó con un
imperceptible gesto de sus ojos. Ya estaba más tranquila, al menos había ganado
esa noche y eran más horas, pero igual iba a tener que abrir la boca al día
siguiente como estaba programado; hasta llegué a incubar la idea de que se
hubiera olvidado, como cualquier genio con un millón de cosas en la cabeza, y
comenzaba a alegrarme cuando, poniéndonos los abrigos, se me acercó:
-Le pido perdón de
rodillas, querida Ann,-me dijo algo compungido- pero usted sabe que no estoy de
acuerdo con esta discriminación. Lamento mucho que no pueda acompañarnos, pero
el circulo de ingenieros que frecuento no estaba muy de acuerdo…
-Hasta en que yo lo sea,
¿no?-puso una cara como diciendo “no tengo la culpa de que tengan la cabeza
cuadrada como una caja de te”- No se preocupe, en mi …- casi dije “en mi
época”- eh, en mi propio país los toma muy de sorpresa, he tenido que escuchar
y hasta ver insultado mi decoro y puesto en duda mi honor sólo por haber estudiado
entre hombres, así que no me extraña. De todas formas, ¿podría visitarlo mañana
en la tarde?
-Si no le importa que
no le preste atención, adelante; pero estaré trabajando con mis asistentes.
-Nada me gustaría más
que verlo trabajar, señor Tesla. Le prometo que no emitiré un suspiro.-lo miré
desesperada, se me saltaba el corazón de pensar en verlo en acción.
-Bien,-dijo después de
un breve cabildeo- mañana a eso de las dos de la tarde…No, mejor las tres,
porque voy a almorzar con los Johnson y puede que me demore. Ya sabe, tengo que
hablar cierto tema.
-Bien, entonces a las tres.
Hasta mañana.- dije con un nudo en la garganta; él me susurró al oído:
-Si quiere, venga sin
corsé; si se desmaya, va a quedar en el suelo, y a nosotros no nos importa.-sin
querer me reí. La verdad, no me daba casi el ánimo, pero me hizo reir.
-Veré, veré; hasta mañana,
señor Tesla
Cuando ellos se fueron,
si no hubiera estado en la puerta de Delmonico’s hubiera pateado las paredes
gritando.¡¡Maldita sea, no se había olvidado!! Solo me quedaba una esperanza:
la verdad y que una marcha atrás la tomaran como uno de sus giros sin tornillo.
Pero no pude evitar que en el carruaje de regreso al hotel se me saltaran las
lágrimas de furia.
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