domingo, 5 de octubre de 2014

HIJOS DE PERUN- CAP.2

Dia 1

Después de ubicarme un poco en situación y registrarme en el hotel, donde plácidamente reposaban junto al mostrador de recepción mis baúles y cajas de sombreros (creo que había llevado más sombreros que ropa, y me los había diseñado yo misma para que se vieran lo más aparatosos y parisinos posible) para mi tranquilidad, como Miss Anna Anderson Lady Woodham, recién llegada de Filadelfia, me recosté un rato y me puse a analizar la hermosa habitación, con una mullida cama de colchón de plumas, edredones de ganso y radiadores de conexión que compensaban los techos que se perdían en el infinito; había bastante frio, pero era absolutamente tolerable al lado de las tempestades de Long Island que a veces nos obligaban a trabajar envueltos hasta en mantas. Había papel y sobres sobre un pequeño escritorio con membrete del hotel, y se me ocurrió comenzar a tomar notas; no sabía porque, me sentía cansada como si mi cuerpo sintiera que eran las seis de la mañana. Esperé a las ocho después de tomar unas notas, y bajé a desayunar al comedor, en un agradable jardín de invierno, después de acicalarme estudiadamente como toda dama rica que se precie, había tenido tiempo en las dos horas de repasar el papel, el vestuario cambiaba varias veces en el día y era bastante complicado viniendo de un mundo donde podías estar 72 horas con la misma ropa sin que a nadie le importe ni el olor, y había varios geeks en mi grupo que ya entraban en el rango de apestosos. Me senté tratando de no enredarme con nada, y pedí un desayuno continental; me trajeron todo un equipo de te y una variedad de masas y torta, y me sentí tontamente feliz, por lo visto había pasado demasiado frío. Tratando de refrenar el deseo de una taza de te caliente, me serví como una dama, y en un parpadeo, lo vi. A través del salón que poco a poco se llenaba de gente, tanto de adentro como de afuera, lo vi, sentado en una mesa junto a un ventanal del jardín de invierno llena de papeles y libretas, con la vista más perdida en la nada que en sus notas, que sostenía distraídamente ante él, y sentí que mis mejillas se ponían como el fuego y casi me atraganté; carraspeé lo más discretamente posible para no asfixiarme y bajé la mirada por un segundo. Cuando volví a levantarla, casi esperaba que ya no estuviera ahí, como una alucinación, pero no; seguía ahí, y estaba tomando notas. Respiré hondo, y le hice una leve seña al camarero.
-Disculpe, camarero, ¿ese no es el famoso inventor, el señor Tesla?
-Si, madam. ¿Desea que le de algún mensaje?- me dijo inesperadamente y creo que me puse bordó.
-No, está bien, solo quería sacarme la curiosidad, gracias. Vengo de una larga estadía fuera del país y no he leído mucho las noticias…Gracias.- me di cuenta de que estaba dándole conversación como a un camarero de mi tiempo. Traté de observarlo sin ser demasiado evidente, aunque costaba trabajo; muy alto, pálido y elegante, el cabello negro reluciente levemente ondulado, no se sabía si venia o se iba pero se veía que siempre procuraba lucir bien; no impresionaba como un snob que intentara encajar, sino como un noble europeo trasplantado a la prosaica América; su piel irradiaba una especie de luminiscencia que me pareció hasta imaginaria (ya estaba predispuesta a lo que fuera), y sus ojos azules…De repente sus ojos azules se posaron en los míos traspasando todo el largo del salón, por entre la gente que lo llenaba con su charla y tintineo de vajilla y cucharas. ¿Tan indiscreta había sido mi observación? Le sostuve la mirada por unos segundos, pero pareció desentenderse del tema y volvió a sus asuntos mientras yo sentía que se me atravesaba la torta en la garganta. ¿Me había parecido o me había sonreído?¿O era solo lo que yo hubiera querido? Traté de dar un paso atrás y analizar la situación, hasta que llegué a la conclusión de que por una milésima de segundo me había esbozado una leve sonrisa. Me tenté de levantarme de un salto y salir corriendo, pero no era ese el tema; frialdad, chica, frialdad, me dije, me enderecé porque sentí las ballenas del corsé pinchándome el busto (o sea, ya estaba adoptando la postura siglo 21-teclado), un excelente recordatorio y seguí tomando el te como si lloviera. En rigor de verdad, en ese momento se largó a llover; ya esperaba que se levantara y saliera corriendo a su laboratorio como el doctor Frankenstein, pero no: siguió tranquilamente sentado entre sus papeles y Saturno, ausente, como si los demás no existieran. En eso, un par de damas, una mayor y otra que parecía ser la hija, con aspecto de nuevas ricas y tintinear de joyas algo caras para la hora del día, se me acercó y se emplastaron en mi mesa.
-¡Bienvenida a New York, querida!- la mayor, una señora de unos sesenta y tantos se agachó hasta donde le dio el sombrero y el corsé cuyas ballenas casi podía oír chirriar, para lanzarme un besito al aire- Nos enteramos que llegó esta mañana de Filadelfia, querida, espero que se sienta a gusto en nuestra ciudad. Permítame presentarnos, yo soy lady Sylvia Hastings y mi hija, Rosalynd Hastings.-un poco confundida las saludé y las invité a sentarse; me había olvidado que trabar charla con extraños en la New York de entonces era tan fácil como en un hostel-¿Viaje de placer, querida?
-No…Bueno, si;  pasé mucho tiempo fuera del país con mi difunto esposo, Lord Woodham, en misión diplomática en Sudamérica, enviudé hace poco y vine a visitar a mi madre aprovechando la invitación a la velada de esta noche en el Waldorf Astoria…
-¡Qué bien, nosotras también vamos esta noche a la velada de los Johnson!-ay caray, me dije, ¿me las sacaría de encima? Y lady Sylvia se aproximó con aire picaresco por encima de las tazas de te que había traído el camarero- El también va a estar, querida.
-¿Quién?-dije haciéndome la extrañada, aunque sabía perfectamente quien.
-El señor Tesla, por supuesto; es la sensación. No hay una sola soltera o viuda joven neoyorkina que no le haya echado el ojo; aunque bueno, usted aun está de luto…-dijo echándole un ojo admonitorio a mi medio luto ya muy alivianado: si era una viuda reciente, estaba violando una importantísima regla social.
-No, ya hace más de un año que enviudé; vivíamos en Argentina, en Buenos Aires, tenemos una estancia en el sur; tuve que quedarme a organizar todo, y vuelvo a la Argentina, posiblemente con mi madre; allá las costumbres son muy distintas a las nuestras y el luto termina antes.- sonreí; si se tomaban el luto en serio, no podía ni asomar la nariz a la ventana.
-¡Que interesante, Argentina!- exclamó sorbiendo su te mientras su desteñida hija miraba con cara de pavota- Donde viven los gauchos, ¿no? -quiso alardear de sus conocimientos- ¿Y allá, tan lejos, disfrutan de nuestras comodidades?
- Claro que si, lady Hastings; trabajo para la AEG - Siemens en Buenos Aires, la ciudad dispone de alumbrado eléctrico público desde hace más de un año y su stand ganó el primer premio en la Exposición Universal de Paris de 1889.- la señora enarcó las cejas- Soy ingeniera eléctrica, me gradué en la Universidad de Berlín y allí conocí a mi difunto esposo, la empresa AEG necesitaba un ingeniero para su representación en Sudamérica cuando él fue destinado a la representación diplomática, y viajé allá.- las damas de marras me miraban mudas y creo que hasta algo confusas. ¿Una dama de sociedad en la Universidad?¿Y trabajando?¡Válgales el Cielo! Muy refinada no debía ser, esas mujeres de tierras tan lejanas no se comportaban comme il faut en general; conocía australianas y eran unas salvajes, así que no debían ser tan distintas. Lady Sylvia sonrió punzante:
-Quien sabe, quizás al señor Tesla le interese intercambiar ideas con usted, ¿No? De ingeniero a ingeniero.- clavó la estocada y se levantaron como si les hubiera pegado un pitazo de partida- Bien, sepa disculparnos, Lady Woodham, debemos iniciar nuestras actividades sociales de la mañana; si gusta acompañarnos a almorzar…
-No, muchas gracias, yo también tengo algunos asuntos que atender y me gustaría recorrer un poco la ciudad antes de volver a mis obligaciones.- sonreí casi feliz de encontrar coartada.
-Bien, espero que tenga una hermosa estadía, nos veremos esta noche en la velada.-se despidieron y se fueron. Inconscientemente eché una mirada hacia el rincón en que Tesla meditaba, estas taradas seguro me lo hicieron perder, pensé tratando de no traslucirlo y en efecto, ya no estaba ahí. De repente sentí algo deslizarse y caer estrepitosamente: mi sombrilla había decidido comprar suelo neoyorkino y había armado al caer un batifondo que había hecho levantar la vista de todos los comensales. Respiré hondo y comencé a hacer cálculos de como levantaría la sombrilla con todos esos trapos y fierros puestos, cuando al agacharme, vi que una mano de largos dedos blancos y firmes de ingeniero y uñas cuidadas la había levantado y me la estaba ofreciendo.
-Creo que esto es suyo, madam.- dijo una voz de hombre con un acento británico exótico, reposada y cortés; la tomé como atolondrada:
-Oh, si, mucha gracias, señor…-levanté la vista y tropecé con los ojos azules hipnóticos-Señor Tesla…Vaya, que sorpresa…-hice un amago de levantarme, pero con un gesto me hizo sentar. No podía creer que la misma mano que le había devuelto un pañuelo a la diva Sarah Bernhardt sin que su dueño la mirara siquiera, me acabara de devolver una sombrilla y como bonus él me había hablado.
-Por favor; creo que yo también dejaría caer algo de felicidad con semejante alivio.- dijo sutilmente sarcástico- ¿Va a la gala esta noche? Seré el anfitrión junto con mis amigos los Johnson, miss...
-Anderson, viuda Woodham.- me adelanté a la pregunta- Oh, no se preocupe por el luto, mi esposo falleció hace casi dos años ya. Nada impide que vaya a la velada.
-¿Le molesta si me siento a su mesa?- uh, eso si que no lo esperaba.
-¡Por supuesto que no! Eh.. No, en absoluto, adelante...-dije, enderezándome en toda mi altura y tratando de parecer lo más distante posible, pero algo parecía traicionarme; o realmente tenía un sexto sentido, o siete, o veinte. Se sentó y dejó un montón de papeles en una de las sillas que habían desocupado metereta y su hija.
-¿Piensa quedarse por mucho tiempo en New York? Tengo entendido que viene de lejos; es una pena que desperdicie su estadía en la futura capital del mundo.
-No, en realidad vine solo por la velada, algunos trámites pendientes, pasearé un poco…
-Creo que tenemos algo en común.- dijo, pero enseguida aclaró- Se que usted es ingeniera eléctrica, ¿No ha pensado en establecerse aquí? Westinghouse ha iniciado un proyecto muy interesante en Niágara Falls, estoy seguro que cuando lo vea se interesará. Estamos trabajando con la General Electric en la central, usando mi generador polifásico; calculamos que para el próximo año va a estar listo para proveer el noreste del país, y vamos a seguir desarrollando generadores; piénselo. No es fácil el mundo para una universitaria como usted, sola, y de donde usted viene…
-Señor Tesla, así como hay una estrella Polar, hay una estrella en el sur; y esa estrella es la Argentina, como lo mostramos en la Exposición de Paris de 1889, en nuestro Pabellón. En este momento, Buenos Aires se está convirtiendo de aldea a gran ciudad, y las pampas desérticas en campos fértiles con grandes ciudades; la inmigración está haciendo crecer sus potencialidades industriales, y no quisiera desaprovechar esa oportunidad en la tierra que conozco. Pero igual tendré en mente lo que acaba de comentarme, es muy interesante; tengo algunos proyectos.-dije audazmente totalmente en papel; quería enfocarme en la Argentina de 1895, la potencia del mundo, no en la ruina que abandoné un día por un horizonte más auspicioso. El se levantó, pero no se veía ofendido en absoluto; se iba sólo porque tenía que irse y había sido una parada fuera de programa.
-Fue una lástima haberme perdido ese pabellón en especial, pero estaba muy ocupado en ese momento.-se quedó un segundo pensativo y levantó la mirada- ¿Entonces esta noche la veré, supongo?
-No faltaría ni aunque se cayera el cielo, señor Tesla.- me saludó poniéndose el sombrero y desapareció como si me lo hubiera imaginado. Por un largo rato, simulando consultar una guía, me quedé pegada a la silla, pensando en ese encuentro: era como si dos de una especie se hubieran encontrado, pensé fugazmente, pero compararme con él me quedaba tan grande, que hasta me horroricé yo misma de vergüenza. Pero en fin éramos geeks los dos, extraños por sociables pero nunca normales, siempre pertenecientes a otro mundo que en general no era el real y ni siquiera el propio presente; pensaba en lo que debía decirle, en si debía decirle que iba a renunciar a absolutamente todos sus derechos de patente a favor de Westinghouse por lo que, al lado de la fortuna billonaria que iba a amasar, eran monedas; pero también sabía que era tan extremadamente sensible (estaba segura que me había escuchado hablar y no eran chismes de lobby que habían llegado a sus oídos) que era capaz de tirar todo por la borda y quien sabía si no hasta volver a Europa si llegaba a sufrir semejante decepción de saber que estaba creando solo para el lucro de unos cuantos piratas de la modernidad como el que lo había recibido en América. Si, era ingenuo y estaba fuera del mundo real como buen geek; pero quería ver como hacía para contactar lo justo y necesario con él sin salir herido ni convertirse en un autista, el gran problema de siempre. Y de paso, aprenderíamos a conseguir fondos aunque tuviéramos que vendernos al mejor postor; los ideales no están de más, pero a veces la obra importaba más que el medio.
El sol salió victorioso en medio de una racha de viento polar, por suerte porque debía recargar el celular, casi sin batería después del viaje. Me abrigué todo lo posible y salí a recorrer la quinta Avenida bordeando Central Park; llenándome los ojos del esplendor y el glamour de la Belle Epoque; el parque no se veía en las mejores condiciones, pero a treinta años de su inauguración todavía conservaba su encanto original, aún a cargo del arquitecto inglés Vaux, pero sabía que en unos meses, al morir él, iba a caer en el olvido por clientelismo político y desidia por largos años. Era triste saber el futuro, dolía mucho, dolía más que el pasado, pensaba; ya tenía mis dudas sobre si valía la pena decirle algo, quien sabía si no habría visualizado ya, más allá de los deseos, el triste final.
Pasé la tarde caminando, conociendo nuevamente la ciudad y sacando fotos lo más discretamente posible; sólo rezaba por que el viaje de regreso no me borrara todo. A las cuatro tomé el té y para las seis ya tenía pedido un carruaje para ir a la velada; me habían recomendado mil veces ser puntual, no era una de mis dotes la puntualidad; pero ese día estaba lista tan temprano que tenía miedo de llegar para acomodar las sillas. Me había puesto una toilette de soir de invierno que nuestro vestuarista había copiado de un modelo de Worth, explorando libros y libros de historia de la moda, en tonos de lila y toques negros y blancos, teniendo en cuenta el medio luto, con una falda recta pero a la vez volante y evitando en todo lo posible los pesados bordados en pedrerías y brocatos complicados que hubieran puesto a Tesla a la fuga en cuanto las viera desde la otra punta del salón, pero apenas había podido reducir el volumen de unas mangas globo que me resultaban insoportables; no me quedaba otra que presentarme con pendientes y collar, aunque fueran muy discretos, pero ya había calculado arrojarlos al fondo del bolsito de terciopelo en cuanto lo atisbara en el horizonte; y por las dudas, nada redondo por si aparecía de repente. El tocado de flores estaba sujeto solo por un alfiler sin remate de joyería, pero me había colocado una peineta también copia de un diseño floral de Lalique, así que me veía como vestida por los mejores modistos y orfebres de la época; pensaba que iba a sentirme incomoda, acostumbrada a los prosaicos jeans y buzos de polar, pero me sentía feliz al mirarme al espejo, era como si me hubiera ganado el premio de algún concurso de “Cumplimos tu sueño” o algo así. Envuelta en una capa con reborde de piel y de guantes de cabritilla bajé en la majestuosa entrada del antiguo Waldorf Astoria, donde 36 años después se construiría el Empire State. Era como entrar en un palacio francés; entré taconeando para que no me temblaran las rodillas, nunca había pensado ni en mis más salvajes fantasías que podía llegar a pisar ese suelo brillante como el cielo algún día. Una cadena de maestros de ceremonias me condujeron, después de chequear mi invitación más o menos un millón de veces, al salón de la velada; era como entrar al paraíso de los ricos y famosos, pero esos eran realmente ricos y serían realmente famosos, me dije; hubiera comenzado a disparar fotos con el smart por todos lados pero entregué mi capa al encargado de guardarropas y enlacé el bolsito de terciopelo a la muñeca; un hombre de unos cuarenta años, de barba, muy guapo, se me acerco junto con una mujer también muy hermosa, no había necesitado buscar mucho a Robert Underwood Johnson y su esposa Katharine. Antes de darles tiempo siquiera a abrir la boca me presenté con mucha familiaridad agradeciéndoles la cortesía de su invitación después de tanto tiempo que llevábamos sin vernos; me saludaron muy atentamente agradeciéndome mi presencia, pero sin dejar el toque de extrañeza en sus miradas; se veía que los dos estaban revolviendo desesperados en sus memorias buscando de dónde demonios me conocían, pero al fin y al cabo, conocían tanta gente...Pero de entre los invitados alguien vino a salvarme el cuero: lady Metiche Hastings.
-¡Querida, pero que delicia verla en esta maravillosa velada! Hermoso su soirée ¿Es de Worth’s, verdad? Katharine, qué maravillosa dama, ¿la conocieron en sus viajes? Viene de la Argentina.- exclamó como si estuviera exhibiendo un ñandú. Una luz de “puede ser” asomó en sus ojos, y la diplomacia la hizo exclamar:
-¡Ah, si, si! Nos conocimos en Berlín, ¿no?- dijo; una mujer que realmente brillaba de diplomacia e inteligencia detrás de su belleza; no me extrañaba la devoción que despertaba en Tesla; no sé porque, me sentí un poco celosa por un instante. Pero sonreí y me olvidé; o al menos lo pasé a la trastienda.
-Exactamente, en Berlín; estaba terminando mis estudios en la Universidad y mi esposo, el difunto lord Woodham nos presentó. Falleció súbitamente hace casi dos años en nuestra estancia en Argentina.- sonreí tratando de parecer triste pero superada en mi supuesto duelo; por eso no insistieron, no se debía importunar a una dama viuda, triste y adinerada.
-Estamos felices de que usted esté aquí, lady Woodham; esperamos que encuentre la velada de su agrado…- lady Hastings metió cuchara:
-Kathie querida, voy a presentarle a los invitados, si no le molesta, ustedes tienen demasiadas obligaciones y es un deber colaborar.- ella le hizo un gesto de “adelante” se disculpó y se fue; quedé en garras de lady Sylvia, que me paseó por todo el salón y recalamos en unos sillones llenos de damas producidas que brillaban como una bola disco de tantas joyas que ostentaban; realmente es el paraíso del nuevo rico, me dije, mientras un camarero de librea me servía una copa de champan y lady Sylvia parloteaba con sus amigas como una especie de jaula de guacamayos, insistiéndome en que contara mis aventuras en las pampas húmedas. Me descolgué con una novela digna de Rudyard Kipling adaptada a la pampa, en la que creo que me imaginaron hasta cabalgando elefantes con un turbante y una escopeta a la espalda; a ninguna de esas damas les interesaba en lo más mínimo ni siquiera cómo se encendía la luz, que va, no cambiarían una bombita en su vida. Los camareros nos rociaban sin parar con el mejor champan francés, peligrosísimo para alguien que no suele pasar de la Sprite pero muy tentador; cada copa era como sorber el sabor del cielo, pero conscientemente me frenaba porque iba a terminar en alguna metida de pata que comprometería la misión de principio a fin. Gracias a Dios, al Orden Universal y a las Fuerzas celestiales, en el momento en que comenzaba a quedarme sin libreto, vi que las damas levantaban la mirada con admiración y alguien carraspeó a mis espaldas. Me di vuelta todo lo serena que pude y ahí estaba él.
-Ay, querida, permítame presentarle al anfitrión de esta velada,- lady Sylvia se levantó – el señor Tesla….
-Muchas gracias, lady Hastings, ya nos conocimos esta mañana en el hotel. Veo que se ha convertido en el centro de la reunión, lady Woodham, ¿puedo robárselas un momento, señoras? Quisiera invitarla a una copa.- Lady Sylvia, como la persona mayor del grupo, debía autorizarme; inclinó la cabeza y me hizo un gesto como de “vamos, aproveche”. Me levanté y me di cuenta de que estaba un poco mareada.
-Con su permiso, señoras…- me levanté todo lo rápido que permitían los buenos modales y salí caminando ni siquiera sabía a dónde, a su lado; sabía que no podía tocarlo, era uno de sus grandes tabúes. Suspiré con poco disimulo y dijo muy serio:
-No me lo agradezca.- murmuró saludando a un par de señoritas que pasaron abanicándose muy acaloradas; eso me hizo pensar algo;
-¿Hay algún balcón donde se pueda tomar un poco de aire? Me siento sofocada.- si, realmente entre lady Sylvia, las cotorras, lo ajustado del corsé y las copas de champán que llevaba en la cuenta me sentía bastante acalorada; no había tenido ocasión de intercambiar media palabra todavía, y buscar algún sitio un poco mas privado podía ser un buen pretexto. Me llevaba como entre sueños entre las luces brillantes, la música de la orquesta, caballeros de jacquet y damas de vestidos deslumbrantes, que no paraban de saludarlo y detenerlo; por un momento pensé que jamás llegaría al balcón, y por lo visto me debo haber puesto algo verde porque dejó de hablar con el caballero que lo había detenido y recordó que la misión era llevarme a tomar un poco de aire fresco. Prefería llevarla a buen puerto antes que tener que abarajarme en mi desmayo (ahora entendía el origen de los desmayos de las señoritas de la época en carne propia, sumado al hecho de no comer desde el mediodía para poder apretarme lo más posible el corsé), y no quería quedar como una de esas pavotas que se desmayaban de respirar: tenía que seguir en mi papel de mundana chica fuerte. Por fin salimos a un balcón cubierto por una cortina de terciopelo rojo y dorado, a la noche; el frio era glacial, pero me reactivó las neuronas.
-¡Por fin!-exclamé sin cuidarme mucho; me apoyé en la baranda de piedra respirando hondo el viento frio del Norte semiasfixiada por el humo de los cigarros y nos sentamos en unos sillones. Por suerte me había despabilado lo suficiente para llevar adelante cualquier charla no demasiado enjundiosa.
-Pensé que no iba a venir, lady Woodham.-dijo brevemente, encendiendo un cigarrillo; me ofreció, lo que me sorprendió: salvo abiertas transgresoras famosas, las damas no fumaban en público; vio mi gesto de sorpresa y se disculpó- Perdone, no quise ofenderla, pensé que usted, con su formación y viniendo de una tierra con otras costumbres más libres, quizás…
-No, en absoluto, no me ofende; simplemente no fumo.- ¿para qué iba a hablarle de los peligros del tabaco a alguien que moriría con casi 90 años?- Si, es cierto, hay convenciones que se dejan de lado, aunque los círculos sociales de Buenos Aires también son estrictos. En ese sentido, Lord Woodham siempre fue sumamente elástico.
-Por lo pronto, le permitió ejercer su profesión, por lo que he escuchado; siempre hemos trabajado con George- presumí que Westinghouse- la posibilidad de expandirnos a otros continentes como nuestro estimado amigo en común Edison.- sonrió sarcástico; era mucho más ácido que lo que creía- ¿Se siente mejor? Me gustaría que me contara un poco sobre su trabajo en su país adoptivo.
Por suerte había pasado la tarde repasando mentalmente la historia argentina general y científica de la época, porque a ella me tuve que remitir por un buen rato. Él me escuchaba atentamente, aunque de vez en cuando miraba hacia la ventana, donde cada tanto alguien distinto se asomaba y volvía a entrar, hombres o mujeres; se veía que seguían buscándolo ávidamente y estaban desesperados queriendo saber que hacía con esa cuasidesconocida solo en un balcón; comentábamos sus últimas conferencias, cuando de repente miró su reloj:
-Oh, disculpe usted, pero son casi las diez, debo ir a mi laboratorio; mi rutina de trabajo comienza a esta hora y quizás termine en veinticuatro horas; la acompaño, debo despedirme de mis amigos…
-Justamente iba a retirarme; hoy tuve un día muy largo, y estoy sufriendo un drástico cambio de horarios; yo también vivo de noche, y he tenido que hacer vida diurna desde que partí de Buenos Aires.
-Si me espera en el lobby, le pido un carruaje; ya vengo.- se perdió en medio de la multitud que se veía sumamente achispada, en medio de risotadas de caballeros bigotudos que sorbían brandy a litros entre bocanadas de humo de un lado, y damas risueñas entre vapores de champán y bocaditos de caviar ruso en el otro; en un rincón, un grupo rodeaba a una joven tocando el piano, a la que él se acercó y le murmuró al oído; esa debe ser la famosa Margaret Merington, me dije, y no se porque volvió a pellizcarme las tripas ese bichito verde. Mientras el encargado de guardarropas me entregaba mi capa y sombrero, veía como las mujeres en general lo saludaban como si se fuera el dios de la fiesta; procuré salir antes, porque no quería saber si llegaban a verlo salir conmigo: al día siguiente sería la comidilla de la ciudad, y me imaginaba que no para bien. Vino a largas zancadas, con un abrigo largo con cuello de astracán, bastón de puño de marfil y sombrero alto; me causaba gracia verlo tan elegante y a la vez tan parecido a una cigüeña.
-Cambié de idea, creo que voy a caminar; no estamos lejos y quiero disfrutar de la ciudad lo más posible.
-No me parece correcto para una dama; quizás en su ciudad sea seguro, pero esto es New York…-se quedo pensando un segundo- Salvo que acepte mi escolta hasta el hotel, si no le molesta.
-En absoluto, solo que va a tener que escucharme hablar para que se me vaya el frio.- me reí un poco.
-La escucharé. Vamos entonces, ya es tarde.
Salimos a las luces amarillentas de la Quinta avenida; el pavimento brillaba mojado, un poco de aguanieve había caído mientras estábamos en el esplendor del Waldorf. Algunos carruajes pasaban con sus caballos cansados y muertos de frio en el clip clop del pavimento, y la noche era silenciosa al lado del estrépito mundano que acabábamos de abandonar. Caminamos en silencio un rato, mientras trataba de entrar un poco en calor.
-Tiene mucho éxito entre las damas, señor Tesla. No siempre el intelecto va asociado al éxito social- dije, pensando inconscientemente en mi propia época.
-Ven un buen partido, nada más, estimada… ¿puedo llamarla miss Anderson?
-Por supuesto. ¿Por qué piensa eso? Usted es una persona popular, si me permite, culto, bien plantado, con mundo…No quiero molestarlo; tómelo como si se lo dijera una hermana, o una tía.- sabia que lo de la tía iba a romper el hielo: eran famosas las anécdotas de sus horribles tías. Y en efecto, él se rio.
-¡Por favor, que sea de una hermana! No querría ser mi tía, eso se lo aseguro. Y usted no tiene edad para ser mi tía, si una de mis hermanas. Es curioso, pero con usted me siento realmente como con una hermana, o un viejo amigo; siento que en usted puedo confiar.
-Gracias por su confianza, señor Tesla; no creía merecerla.-y mucho menos si sabía la verdad, pero cada vez estaba más alejada de decírsela para no herirlo; prefería desaparecer para siempre, total la historia no cambiaría y yo me habría dado el gusto. Tal vez mi cerebro seguía impregnado de burbujitas- Su amiga, la señora Johnson, es una mujer hermosa e inteligente, ¿nunca la vio con otros ojos?
-Es una excelente amiga, pasamos muchos momentos amenos y es muy buena escritora. Nada mas.- hizo un pequeño silencio- Y es la esposa de mi mejor amigo; Robert debe ser la persona que mas aprecio en esta tierra.
-Luka.- murmuré y me miró; me di cuenta de que había dicho algo que era un secreto de amigos y carraspeé para dar vuelta la hoja- Creo que hay mucha gente interesada en buscarle pareja, y el señor Johnson parece uno de los más interesados.
-No entiendo porque están todos tan empecinados en buscarme pareja, como si le pudiera dispensar un segundo de tiempo; no pueden entender que estoy casado con mi trabajo y que estas mujeres sencillamente no pueden darme lo que quiero de una mujer. John y Katharine dicen que hay habladurías sobre mi hombría, todos los amos del dinero están casados y en este país parece que lo consideran indispensable para seguir en juego; son insaciables.- dijo con un calor inesperado- Hay momentos en que saldría corriendo y me iría a pastar ovejas a la montaña antes que volver a una sola fiesta más. No soporto la gente, querida Miss Anderson. Y menos, esta tan vulgar.
-Increíble, viéndolo moverse entre ellos se diría que disfruta la escena.
-Es solo eso: escena. Mis investigaciones requieren dinero, y el dinero está aquí; y tengo que conseguirlo como sea.
-¿Y no ha pensado en desposar una heredera como posible fuente de dinero?
-Ni modo, eso es deshonestidad.- dijo tajante, aunque al segundo cambió la expresión de sus ojos relumbrantes en la semipenumbra- Aunque la señorita Morgan tiene sus dotes, no voy a negarlo…Aprecio mucho a Marguerite Merington, no tengo dudas; pero la señorita Morgan es…
-Especial.-sonreí; no sabía lo que estaba haciendo- Y es una heredera.
Habíamos dado la vuelta en una esquina un poco más oscura, cuando de repente dos hombres saltaron de un rincón en las sombras; no pude evitar un grito: sí, estaba en New York.
-¡¡Quietos, ya dennos todo lo que tengan, dinero, joyas, vamos!!.- sin respirar, le arrebaté el bastón a Tesla, tiré la capa de pieles al demonio y en dos golpes ya había desactivado a los ladrones; uno salió corriendo con la nariz rota y el otro quedó en el suelo, donde ligó otro bastonazo en las costillas antes de salir corriendo en cuatro patas. Me quedé parada viéndolos alejarse corriendo, con el bastón en una mano y el minitaser en la otra; si lo hubiera usado, hubiera tenido que adelantar las explicaciones. Me di vuelta: él me miraba pálido pero asombrado. Le devolví el bastón, y él me ayudó a ponerme mi abrigo de nuevo.
-Aprendí a usar la canne de combat en París, mi difunto esposo fue un buen maestro.- sabía que el bartitsu, que era en realidad lo que había usado, aun no se había inventado, pero su antecedente francés si. Reanudamos la caminata, ahora un poco mas apurados; no quería otra sorpresa desagradable, más después de ver los cuchillos que mi locura había enfrentado.
-Usted es una caja de sorpresa, querida Ann. Me hace sentir a salvo.- sonrió, aunque me pareció un poco fastidiado de no haber salvado a la damita él; no estaba segura tampoco de si podía hacerlo, no tenia referencias de sus destrezas en el arte de la lucha. Era más, estaba segura de que en mi tiempo, solo sus habilidades sociales lo hubieran salvado del calzón chino diario en la escuela. Llegamos a la entrada del Gerlach y me sonrió:
-Bien, hasta aquí llego; he disfrutado mucho este encantador paseo. Al menos, lo hizo interesante. ¿Nos veremos mañana? Me encantaría que compartiera con mis amigos ingenieros la cena en Delmonico’s, quisiera presentárselos y estarán con sus esposas; vamos a pasar una velada más serena que la de hoy. Que descanse, yo voy a trabajar, buenas noches.- no me besó la mano, pero hizo un leve toque en el sombrero y se acercó al carruaje que esperaba en la puerta del hotel; ya iba retrasado. Miré mi reloj: eran las diez menos cinco. Entré al hotel, me estaba congelando, sólo quería un baño caliente y la cama

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